CAPÍTULO 18



EL MAESTRE


La noticia de la destrucción de Harrenhal había recorrido todo Poniente. Todo el Reino de la Roca estaba conmocionado al conocerse la noticia de que Harren el Negro había muerto pasto de las llamas dentro de su inmensa fortaleza. Una megalómana construcción que había tardado 40 años en erigirse, había sucumbido en un solo día. Y aquello no era lo único. El Reino de la Montaña y el Valle se había rendido, pese a que su flota había logrado destruir casi por completo la armada Targaryen, y era cuestión de tiempo que el Reino de la Tormenta cayera también. Aegon el Dragón ya casi controlaba el este de Poniente y no tardarìa en fijar su mirada en el oeste. Especialmente, en el Reino de la Roca y sus ricas minas de oro, algo que tenía a su rey muy preocupado.
En esos momentos salía de la sala del trono, cruzando los jardines en dirección hacia el cuervario, portando en sus temblorosas manos el rollo de cuervo que su rey le había ordenado enviar ese mismo día lo antes posible. Llevaba más de cincuenta años al servicio de la Casa Lannister y jamás había visto a un rey de la Roca tan preocupado.
Aunque, había razones de sobra para estarlo. En una sola noche, Aegon Targaryan había cambiado las reglas del juego. Hasta entonces, Harren el Negro era la gran amenaza que vivía Poniente. Los hijos del hierro eran peligrosos cerca del mar, pero tierra a dentro, lejos de sus barcos, eran más vulnerables. Lograron conquistar el Tridente porque sus barcoluengos remontaron los ríos y el Ojo de Dioses les permitió reunir a su flota. Pero el resto de los reinos estaba a salvo de ellos hasta que Harren comenzó a construir esa monstruosa fortaleza, la cual le ponía al alcance cualquiera de los Siete Reinos.
Con Harrenhal recién terminada, todos en la Roca se preparaban para la guerra que, seguramente, se avecinaba contra los hijos del hierro. Pero, entonces, les sorprendió la noticia de que un simple isleño del este la había destruido, había matado a Harren el Negro junto con toda su familia y se había ganado la lealtad de los señores del Tridente.
Todo con ayuda de esa enorme bestia que montaba y con la que había destruido en un solo momento la mayor fortaleza jamás construida en Poniente. Durante su formación en Antigua, leyó mucho en la biblioteca de la Ciudadela sobre los dragones y las hazañas que eran capaces de hacer. Con ellos, Valyria dominó Essos durante miles de años, sin que nadie pudiera hacerles frente; tan solo un desastre natural acabó con ellos. Ahora, uno de sus descendiente, poseedor de tres de esas bestias, se había propuesto someter a todo Poniente y lo peor era que lo estaba consiguiendo.
Él ya advirtió a su rey del peligro que suponían los dragones cuando aquel cuervo llegó de Rocadragón propugnando a Aegon rey de los Siete Reinos. Pero Loren Lannister se lo tomó a risa, al igual que todos los miembros de la corte. Jamás creyó que Aegon cumpliera su amenaza y, si lo hacía, estaba seguro de que Harren el Negro o Argilac el Arrogante le derrotarían. Sin embargo, las cosas habían cambiado. Aegon había demostrado ser un adversario demasiado peligroso y estaba claro que no podrían derrotarlo. Al menos, no sin ayuda.
Fue él quién le propuso a Loren ese plan por el que, en esos momentos, se dirigía a toda prisa hacia el cuervario, el cual jamás se le había hecho tan lejano. Debía enviar ese mensaje cuanto antes y esperar a que llegara lo antes posible a su destino y que el gobernante que debía recibirlo aceptara la propuesta de su rey. El futuro de su reino dependía de ello.
Subió las escaleras a toda prisa, abrió una de las jaulas, cogió al cuervo, ató el mensaje a su pata y lo lanzó al vuelo. Con una mirada mezcla de esperanza y desesperación, observó como el cuervo volaba hacia el sur, hacia el Reino del Dominio.







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