RHAENYS
Soltó un enorme grito
de placer tras llegar al éxtasis; aunque, a penas se oyó, ya que la música y
las risas que venían de fuera de la tienda lo ahogaron. Exhausta, dejó caer su desnudo y
sudoroso cuerpo sobre el también desnudo cuerpo de Aegon, reposando el rostro
sobre su duro y velludo pecho con una amplia sonrisa.
- Se nota que me has
echado de menos… –dijo.
- Ha sido una tortura
verte todo el día y a penas poder estar juntos –dijo él mientras acariciaba sus
largos cabellos rubio platino; los cuales, en esos momentos, estaban muy
alborotados.
No ocurría lo mismo
unas horas antes, cuando ella llevaba sus cabellos muy bien peinados al tener
que estar lo más elegante posible para ese día tan señalado: el día de la
coronación de Aegon.
Visenya y ella
esperaban junto a una silla que habían colocado para que sirviera de trono
improvisado. Se sentía un poco incómoda; no debía de haberse puesto aquel
vestido tan provocador, ya que no paraba de sentir las miradas furtivas de
muchos de los hombres allí presentes; incluso de algunas mujeres. Pero había
que vestirse lo más elegante posible para ese día tan importante y esas eran
las mejores ropas que había traído.
Visenya, que también llevaba
un vestido rojo y negro, no iba tan elegante ni tan provocadora como ella; pero
iba vestida con ropas femeninas, lo cual era más que suficiente para recibir
tantas miradas furtivas como ella. En sus manos sostenía la corona, que
consistía en un aro de acero valyrio adornado con rubíes.
Ese día, Aegon sería
coronado rey de Poniente; aunque, de momento, sus dominios solo comprendían
aquellas tierras disputadas que, hasta ahora, no habían pertenecido a ningún
reino y que, a partir de ese momento, se convertirían en las Tierras de la
Corona. Aegon había decidido que en ese mismo lugar, donde había desembarcado
con su ejército y había dado comienzo la invasión, se erigiría la capital de su
reino.
Habían pasado solo unos
días desde que Aegon derrotó a las tropas de Valle Oscuro y Poza de la
Doncella, dando muerte a sus respectivos señores. Después, todo fue coser y
cantar. El hijo de Lord Darklyn defendió la ciudad, pero nada pudo hacer contra
el fuego de Balerion y, cuando Orys llegó con las tropas, no le quedó más
remedio que rendirse.
Después, marchó sobre
Poza de la Doncella, donde Jon Mooton, el hermano de Lord Mooton, había tomado
el control. Aegon pensó que volvería a entrar en batalla pero, nada más llegar,
se encontró con enormes banderas blancas sobre las torres del castillo y al
propio Jon Mooton, que había salido a recibirle con una bandera de parlamento
para rendir la ciudad sin derramar más sangre. Después, se sabría qué Mooton
nunca estuvo de acuerdo con su hermano en la alianza con Valle Oscuro y que
siempre había sido un gran admirador de Aegon y los Targaryen.
Tras la conquista de
Valle Oscuro y Poza de la Doncella y las rendiciones de Rosby y Stokeworth,
llevadas a cabo por ella y Visenya, el resto de castillos de la zona se
rindieron al instante. Todos esos señores recientemente convertidos en vasallos
suyos, incluidos Jon Mooton y el joven Lord Darklyn, se encontraban allí en
esos momentos formando parte de la multitud que había acudido para ver como
Aegon se convertía en su rey.
Aegon hizo su
aparición, caminando lentamente por un corredor que dividía a la multitud en
dos bloques y que le llevaba directamente hasta donde estaban ellas. Llevaba
puesta una capa negra y roja y había sustituido su habitual armadura de escamas
de dragón por otra de reluciente acero adornada con un gran dragón tricéfalo en
el pecho.
Caminó hasta colocarse
frente a ellas. Desenvainó a Fuegoscuro y se agachó, hincando una rodilla en el
suelo. Visenya, entonces, alzó
la corona bien en alto mientras ella comenzó a hablar en voz alta a todos los
presentes.
- Rendid pleitesía a Aegon, el primero de su nombre. Rey de todo Poniente
y protector del Pueblo.
Tras decir esto,
Visenya colocó la corona sobre la cabeza de su hermano. Este se puso en píe con
la corona en la cabeza y se volvió hacia los presentes levantando en alto a
Fuegoscuro. Todos los que estaban allí se arrodillaron con excepción de ella y
de Visenya, quienes ahora eran las reinas de Poniente.
Las risas, gritos y
cánticos que venían desde fuera de la tienda fueron aumentando. La fiesta que
había sucedido a la coronación estaba empezando a subir cada vez más de tono.
Aunque, a ellos esto les importaba poco.
- Se están divirtiendo
como si no fuera a haber un mañana –bromeó ella, aún con el rostro pegado al pecho
de su hermano, el cual empezó a acariciar con la yema de los dedos –. Ni que la
guerra hubiera terminado ya.
- Que se diviertan todo
lo que quieran. Espero que disfruten mucho esta noche porque, a partir de
mañana, tendrán menos oportunidades.
Ella se estremeció un
poco. No quería mostrarlo, pero le horrorizaba lo que estaba por llegar y
quería pensar en ello lo menos posible. También quería que su hermano tampoco
pensara mucho en ello en esos momentos; esa noche era solo para los dos.
Despegó el rostro del
pecho de Aegon y se colocó sobre él, mirándole fijamente con sus penetrantes
ojos violetas acompañados de una maliciosa sonrisa.
- Puede que ahí fuera
se estén divirtiendo –dijo de forma coqueta –, pero la verdadera fiesta está
aquí dentro…
Y, tras decir esto, le
besó apasionadamente en los labios. Luego, se irguió y se sentó sobre él. Desde
la cama, Aegon la observó. Su bello rostro; sus plateados y alborotados
cabellos cayéndole sobre los hombros; su esbelto y escultural cuerpo; su blanca
piel; sus pechos, no tan grandes como los de Visenya, pero firmes y bonitos.
Era todo un regalo para la vista.
- Que bella eres…
La respuesta de ella
fue inclinarse para volver a besarle. Luego empezó a recorrer su cuello con los
labios hasta llegar al torso, el cual besó unas cuantas veces hasta que volvió
a erguirse y empezó a cabalgarle.
Era ya muy de día
cuando fueron despertados por un miembro de la guardia. Este les comunicó la
llegada de dos cuervos; uno proveniente del norte y otro del sur. Según les
dijo, traían respuestas a las cartas que Aegon envió antes de partir hacia
Poniente. Esto sorprendió a ambos, ya que no esperaban que aquellas cartas
tuvieran respuesta alguna, puesto que Aegon las envió solo por formalidad.
Una hora después, Aegon
había hecho reunir a su consejo en esa misma tienda; todos tenían resaca, con
excepción de ella y Aegon.
Tras su coronación,
Aegon nombró un nuevo consejo; un consejo más pequeño y más privado. Desde
siempre había sido muy desconfiado; tan solo confiaba enteramente en ella, en Visenya
y en Orys. Pero, tras el inicio de la guerra, toda precaución era poca para él
y temía que algún espía de cualquiera de los Siete Reinos pudiera echar a
perder sus estrategias. Así que, juntó un consejo formado por pocos hombres
cuyas reuniones serían en privado sin que tan siquiera se dejara a los criados
entrar para servirles agua o algún refrigerio.
Ese consejo estaría
formado por Orys, que sería su mano derecha en el gobierno; para lo que Aegon
había creado un nuevo cargo, el de Mano del Rey. Daemon sería su Consejero de
Barcos, Lord Celtigar sería su Consejero de la Moneda y Lord Massey su
Consejero de Leyes. Aegon solo los necesitaba a ellos, además de a ella y a
Visenya, para planificar sus campañas.
Ante ellos, leyó las
dos cartas que habían llegado. Una era de Meria Martell, princesa de Dorne,
quién le proponía una alianza entre Dorne y Rocadragón, siempre que Dorne
permaneciera independiente.
La otra era de Ronnel
Arryn, el joven rey del Reino de la Montaña y el Valle; aunque, todos sabían que
quién de verdad la escribía era su madre y regente, Sharra Arryn. Esta aceptaba
rendirse con la condición de que Aegon se casara con ella y que Ronnel se
convirtiera en su heredero. Incluso, acompañó la carta con un grabado de ella,
dejando claro a los presentes que los rumores que afirmaban que era una de las
mujeres más bellas de Poniente eran ciertos.
Pero, esto no fue
suficiente para Aegon. Si ya rechazó a la hija del Rey de la Tormenta, quién
también era toda una belleza, lo mismo hizo con Sharra. Así que rompió la carta
delante de todos y lo mismo hizo con la de Meria Martell.
Luego, los reunió a
todos alrededor de la mesa con el mapa de Poniente. Todos estaban ansiosos por
saber cual de los Siete Reinos atacarían primero.
Sin embargo, ninguno se
esperaba el arriesgado plan que Aegon tenía preparado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario